por Manuel Hidalgo V. /
“El Capital” es la obra cumbre de Carlos Marx. Es a la vez una síntesis meticulosa y largamente elaborada de su pensamiento y el núcleo de su aporte teórico a las ciencias humanas y al movimiento revolucionario mundial. “El Capital” no es tan sólo una obra medular de Economía Política. Es también una obra magistral de interpretación crítica de la historia, y es también un ejemplo de aplicación excepcional del método del materialismo dialéctico.
“El Capital” es una obra en la que Marx reconstruye, desde sus determinaciones más elementales y básicas, desde sus contradicciones más íntimas hasta las más coyunturales y aparentes, el proceso histórico que da origen y toma cuerpo en la sociedad capitalista. Reconstrucción teórico-histórica que permite entender no sólo las leyes que explican la naturaleza y el movimiento, la dinámica, política y económica, del capitalismo, sino que preveer sus tendencias hacia adelante.
Transcurridos 250 años desde la Revolución Industrial, el capitalismo mundial, en su devenir crítico y contradictorio, se ha mostrado como un régimen histórico de dominación tremendamente vital y agresivo. Ha pasado por grandes ciclos y crisis, cuatro o cinco –según diversos autores-, pero ha resurgido, hasta ahora, renovado y ajustado a nuevas circunstancias históricas, a pesar de la lucha que contra él hemos llevado generaciones de pueblos y seres humanos en todo el planeta.
Veinte años atrás, a inicios de los años 90, sobre la base de una profunda derrota político-militar, económica e ideológica de sus adversarios, el llamado campo socialista encabezado por la URSS y el movimiento popular y revolucionario a escala planetaria, y de la introducción a la esfera productiva de un conjunto de innovaciones tecnológicas que se habían venido gestando en las décadas precedentes, el sistema capitalista mundial ensayó el inicio de una nueva fase expansiva. Es lo que hemos conocido desde entonces como la fase o ciclo de la globalización neoliberal.
El capitalismo, en su ciclo neoliberal, volvió a retomar con mayor fuerza y crudeza las leyes más propias a su naturaleza voraz y depredadora. En su ciclo precedente, aquél que se inició más claramente a fines de la segunda guerra mundial, se había visto obligado a incorporar un conjunto de regulaciones institucionales que la experiencia de la crisis precedente (entre 1913-1944) y el surgimiento de la revolución socialista en ese contexto, hacían imprescindible de introducir si se quería preservar su existencia y no verse despachada de la historia por sus enemigos.
Se empujó entonces al Estado a una actuación reguladora del sistema y promotora de la demanda para salir de las crisis y prevenirlas. Se dio paso a los estados de bienestar -proveedores de bienes y servicios públicos extendidos- y al capitalismo de estado, como marco de actuación del capital, encabezado ya para entonces por grandes empresas transnacionales. La reformulación capitalista se dirigió a corregir los “excesos” del mercado y a temperar las violencias del sistema; para cerrar así el paso al avance de la revolución.
Ese ciclo del desarrollo capitalista, entró sin embargo igualmente en crisis hacia 1968-1970 y su fase recesiva se extendió, al menos hasta inicios de los años 90’s. Al calor de ella, durante las décadas de los años 70 y 80, las luchas de los pueblos, sobre todo en América, Asia y África, se empeñaron en propinarle nuevas derrotas al dominio del capital, arrebatándole derechos y territorios por todo el mundo. Y si bien hasta inicios de los años 80’s mantuvieron globalmente la iniciativa, luego de ello se vieron contenidas y derrotadas una tras otra, por una feroz contraofensiva del capitalismo imperialista mundial.
Derrotado el peligro revolucionario, el sistema capitalista mundial se dispuso a desplegar una ofensiva político-jurídica que le permitiera relanzar el alza de sus tasas de ganancia y extender su dominio a los nuevos territorios recuperados bajo su control y hegemonía. Los procesos de privatización, reducción y redefinición de la acción económica de los estados, apertura o liberalización comercial y financiera, desregulación y mercantilización de todos los ámbitos de la vida social y económica, de flexibilización del mercado del trabajo, de supresión de los obstáculos legales o políticos que impedían incorporar a la explotación capitalista nuevos territorios de bosques, tierras, fuentes de agua y de biodiversidad fueron elementos centrales de esa ofensiva. Por cierto, además de las medidas político-jurídicas, la imposición de estas reformas se acompañó de prácticas coercitivas y de dosis de violencia a la medida de las necesidades, en cada circunstancia.
El capitalismo neoliberal ha conllevado, en pocos años, el retorno a un agudo proceso de polarización económico-social a nivel planetario y de cada uno de los países integrados bajo su égida, tal como Marx lo previera en “El Capital”, en los famosos párrafos acerca de la tendencia histórica de la acumulación capitalista. Mientras cada día la población mundial no cesa de crecer –éramos casi de 6 mil 700 millones en 2008 y seremos 9 mil millones el año 2030, a los ritmos demográficos actuales-; cada día también, el planeta se va convirtiendo en propiedad privada de un porcentaje más ínfimo de seres humanos.
En esta etapa del capitalismo, como Marx sostenía, se vuelve a acentuar como nunca el problema de la "población sobrante o superflua". La tendencia persistente del capitalismo a introducir cambios tecnológicos reemplazadores de mano de obra, ha llegado a un punto en que la producción crece, sin generar mayor empleo. El porcentaje de trabajadores y trabajadoras desempleadas y subempleadas en el mundo se ha mantenido a lo largo de este ciclo del capitalismo en el orden de un 30% de la fuerza laboral mundial, unos mil millones de seres humanos, el doble de lo que prevaleció entre los años 1940-1970.
La revolución tecnológica implanta cada vez más procesos de automatización y computarización en fábricas y oficinas, en transportes, comunicaciones y toda clase de servicios, procesos que alteran drásticamente la relación entre producción y fuerza de trabajo vivo, impulsando los despidos masivos y las reorganizaciones de personal. Paradojalmente, como acotaba la CEPAL en 1998: "...los avances tecnológicos que deberían permitir a los hombres y mujeres tener mejores empleos y recibir salarios más altos, dejando a las máquinas las tareas rutinarias, insalubres y peligrosas, se reflejan en elevadas tasas de desempleo de largo plazo, reducción sostenida de los puestos de trabajo y creación de nuevos puestos mal remunerados, concentración del ingreso y de la riqueza, acentuación de la heterogeneidad salarial, eliminación de los beneficios sociales de los trabajadores y aumento de la carga de trabajo para los que tienen el privilegio de no haber sido despedidos en el proceso de reducción de costos de las empresas."
Ya Marx había advertido que el desarrollo tecnológico en el capitalismo no se verifica en función de aliviar la faena de los trabajadores y de los seres humanos en general, sino de reducir el trabajo necesario y ampliar el plustrabajo, la producción de plusvalor. La tecnología no es más que un medio para aumentar el número de potenciales asalariados, alistando en tal condición a todos los miembros de la familia trabajadora, sin distinción de sexo ni edad, bajo el mando directo del capital. Y el desarrollo tecnológico va mutilando crecientemente las habilidades, destrezas y facultades síquicas y motrices básicas de los trabajadores. Piénsese solamente cuántos niños y jóvenes ya son incapaces de realizar cálculos matemáticos simples sin ayuda de una calculadora o de escribir bien, sin la ayuda de un computador.
Por otra parte, los procesos de concentración y centralización del capital, que están en pleno auge -fusiones, absorciones, alianzas estratégicas entre grandes empresas- tienen como uno de sus móviles obtener ahorros en sus costos salariales; es decir, reducir las plantillas de personal.
Ya en el marco de la crisis de este mismo ciclo del capitalismo neoliberal, abierta a fines de 2008, los niveles de desempleo se han elevado hasta los 210 millones de trabajadores, 30 millones más que en 2007, según la OIT; que registra al mismo tiempo una caída de los salarios en los países del capitalismo central. Esta rebaja salarial como la reducción de las pensiones y de los costos del despido, son los mecanismos inmediatos en base a los cuales se busca recuperar las tasas de ganancia, como se han evidenciado en las semanas pasadas en diversos países europeos.
A lo largo de los últimos años, la liberalización del comercio mundial apuntó a inducir una rebaja de los costos salariales a nivel planetario, hacia los niveles prevalecientes en los mayores países asiáticos –China, India, Indonesia-, jaqueando con la dislocación de los procesos productivos y la integración de las cadenas productivas a nivel mundial.
La crisis estructural del capitalismo mundial, reabierta agudamente hace dos años, se presenta estrechamente relacionada con otras crisis –como la crisis ecológica y climática, la crisis energética y la crisis alimentaria-, expresiones todas del agotamiento de una civilización estructurada sobre la base de una visión antropocéntrica, patriarcal y movilizada por el afán de lucro que se impuso desde Europa e imperó por largos siglos en toda la humanidad. Una civilización cuya irracionalidad amenaza las bases mismas de sustentación de la vida humana en el planeta y cuya continuidad nos mantiene expuestos a una continuada tragedia humana, con miles de seres humanos que mueren diariamente producto del hambre, de la desnutrición, de enfermedades curables y de accidentes del trabajo.
Desconociéndola, con criminal ceguera y egoísmo, sus beneficiarios, con todos los mecanismos de poder a su alcance, intentan una vez más sortear la crisis a costa de nuevas formas de explotación sobre la inmensa mayoría de los seres humanos y de nuevas y mayores presiones sobre el planeta que habitamos. Paralelamente, someten a las sociedades humanas a nuevos “shocks” traumáticos, mediante la guerra y la extensión del crimen organizado, a la extensión universal del miedo al otr@, que justifique su intervención militar y represiva, restablecedora de nuevos órdenes de dominación.
Las personas migrantes, refugiadas y desplazadas de los diferentes continentes, y en particular las amplias masas trabajadoras, los pobres del campo y la ciudad, los pueblos indígenas que habitan los últimos rincones de reserva de la Madre Tierra, sufrimos en esta coyuntura histórica una nueva ofensiva criminalizadora y de despojo de todos nuestros territorios, bienes comunes, cultura y derechos.
Convertidos en rostro de los “nuevos bárbaros” que amenazamos su civilización, l@s migrantes del Sur global en los países del norte, encaramos no sólo nos sólo la rebaja salarial generalizada, sino que la agudización de la xenofobia y del racismo, a extremos inauditos. Muros, centros de internamiento, militarización y externalización de sus fronteras a los países de origen y de tránsito, se multiplican por igual desde Estados Unidos y desde la vieja Europa.
Las prácticas del capitalismo de despojo, que recurre a la acción militar y paramilitar para desplazar a los pueblos indígenas de sus territorios siguen abatiéndose, sobre los mapuche en Chile, sobre los awayún y otras etnias en la amazonía, sobre los caucas y otros pueblos indígenas en México y Colombia, sobre los pueblos del Congo, por sólo citar a los casos más recientes, que han derivado en masacres, persecuciones y enjuiciamientos como si tratase de terroristas, desconociendo su derecho a su propia cultura y autonomía. Todo ello para apropiar estos territorios para beneficio de megaproyectos y de las empresas transnacionales
Es por ello que la reciente edición de “El Capital” en Chile (1), no deja de ser significativa. Se trata del país en que se impuso a sangre y fuego esta reformulación del sistema capitalista, basada en el llamado modelo neoliberal, imponiendo bajo dictadura todos los procesos que hemos aludido, para luego darles continuidad y consolidarlos, con ligeras reformulaciones, bajo gobiernos electoralmente elegidos.
Chile fue el primer país del mundo en que se desbarató y revirtió el Derecho del Trabajo, en el que se impuso un código laboral que más que otra cosa, garantiza la autonomía de la voluntad individual de las partes y la debilidad estructural de la organización sindical, lo mismo que de la negociación colectiva.
La flexibilidad del trabajo ha abierto así paso a una precariedad que va más allá del trabajo informal y que permea a la amplia mayoría del trabajo asalariado. Al leer las páginas de “El Capital”, en particular las del capítulo XIII, “Maquinaria y gran industria”, uno no puede dejar de impactarse por encontrar reflejadas muchas prácticas que han cobrado renovada vida y vigencia en el Chile de estos últimos 35 años. Prácticas que tienen que ver con la prolongación de la jornada de trabajo, la intensificación del trabajo, la polifuncionalidad o multilateralidad del obrero, la introducción del trabajo femenino y aún infantil para inducir mayores niveles de precariedad laboral, etc.
El episodio de los 33 mineros atrapados bajo tierra, hace pocos meses atrás, ha abierto un espacio para revisar la legislación laboral, cuyos inicios históricos a nivel mundial pueden encontrarse en el acápite sobre la legislación fabril –las cláusulas sanitarias y educacionales- de este mismo capítulo XIII de “El Capital”. Describiéndolo Marx se pregunta: “ ¿Qué podría caracterizar mejor al régimen capitalista de producción que la necesidad de imponerle por ley coercitiva del Estado los más simples preceptos de limpieza y salubridad?”.
Finalmente, editar esta obra en Chile, un país en el que la mercantilización del sentido de la vida ha llevado a que se tenga una de las jornadas de trabajo más largas del mundo, en el que por otro lado las familias trabajadoras se funcionalizan cada vez más a las necesidades del capital, consumiendo y endeudándose cada día más, en un proceso de venta de los escasas horas que podrían dedicar al descanso, al afecto, a la creación y recreación libre como personas, no puede ser sino tremendamente trascendente.
Ojalá su lectura y difusión ayude a ir liberando a más jóvenes de cualquier ilusión acerca del sistema capitalita en que vivimos y de la ética empresarial de quienes nos gobiernan. Y arme los espíritus para encarar la construcción de otras formas de vida, producción y reproducción social, basadas en otro patrón civilizatorio, centrado en la complementariedad, la solidaridad, la cooperación y la reciprocidad entre los seres humanos y la naturaleza de la que somos parte.
Manuel Hidalgo V.
Economista-asesor sindical
Notas:
(1) El autor se refiere a la reciente edición hecha por la editorial LOM en Chile de una traducción del primer tomo de "El Capital" de Marx, realizada por el economista Cristián Fazio.
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