miércoles, 14 de julio de 2010

Tiempo de remezones y despertares

Por Manuel Hidalgo V. / 12 de Julio 2010. El año del bicentenario de la Independencia en Chile se presenta como un tiempo de remezones que podrían dar lugar a una dinámica de cambios un tanto más acelerada e imprevisibles, en un país caracterizado regularmente por la estabilidad de sus estructuras políticas, económicas, sociales y culturales y la gradualidad de sus procesos de mutación.

Como si la propia naturaleza quisiese sumarse a provocar esta tendencia, el terremoto que sacudió una amplia zona del territorio nacional, a fines de febrero, no sólo alteró geográficamente al país, sino que cambió la agenda política del gobierno que asumía en marzo, mermó la base material de la producción y empobreció las condiciones de existencia de la población afectada, redujo el ritmo de la recuperación económica, sacó a relucir las graves carencias y fragilidades no sólo de la institucionalidad, sino de la sociabilidad, al mismo tiempo que despertó lazos comunitarios y de solidaridad que estaban dormidos sino agonizantes en amplios sectores sociales.

El cierre de una etapa política y la “nueva forma de gobernar”

En el plano político, el triunfo de la derecha en las elecciones presidenciales de fines 2009 marcó el cierre de una etapa política. El proceso de despolitización y confusión ideológica de las mayorías populares realizado por las clases dominantes y sus operadores comunicacionales y políticos ha sido tan exitoso, que han podido prescindir en esta ocasión de una persona de la Concertación por la Democracia para encabezar el ejecutivo, sin riesgo mayor para la gobernabilidad ni para la continuidad del sistema político y económico instaurado en dictadura y consolidado en los pasados 20 años.

El “plus” que la coalición de “centro-izquierda” ofrecía en este aspecto, por su mayor capacidad para cooptar y clientelizar a los sectores populares, manteniendo reducida y desarticulada la protesta social, ha dejado de ser tal. Los núcleos organizados de los movimientos sociales y gremiales y su lucha reivindicativa están suficientemente dispersos, circunscritos y aislados de la mayoría de la población, como para revertir una amenaza seria a la estabilidad política.

De todas maneras, para proyectar en el tiempo esta situación y asegurar el desplazamiento de la Concertación de la hegemonía en el sistema político, el nuevo ocupante de La Moneda ha impreso un sello “neopopulista” a su gestión inicial. Se trata de ganar la confianza y la adhesión de un vasto sector de capas medias y pobres, convenciéndolas de que sus intereses y aspiraciones estarán mejor resguardadas por gobiernos de impronta más empresarial y tecnocrática, como los que pueden provenir de la Alianza por Chile. Una operación inversa a la que los gobiernos de Aylwin, Lagos y Bachelet hicieron con relación al gran empresariado que los vio inicialmente con sospecha y que terminó por otorgarles el más amplio respaldo.

En la composición de los equipos ministeriales como del gabinete, sin embargo, ha quedado de manifiesto la intencionalidad de abrir espacios a la incorporación de un sector de la Democracia Cristiana, en una maniobra de más largo aliento que busca recomponer el cuadro de coaliciones políticas que ha prevalecido desde el término de la dictadura, y que pasa en particular, por precipitar una descomposición mayor de la Concertación por la Democracia.

La necesidad de renovar al menos parcialmente el sistema político de partidos y coaliciones que han administrado el estado, para las clases dominantes, proviene de la conciencia del desgaste que éste ha sufrido en las últimas 2 décadas y que se advierte en un padrón electoral que prácticamente no ha crecido en este lapso, además de instalar una nueva coalición hegemónica que pueda relanzar el dinamismo del proceso de acumulación del capital, con una ofensiva de mayor liberalización y desregulación de mercados, mayor privatización y flexibilización laboral.

La inscripción automática en los registros electorales y el voto voluntario, lo mismo que el derecho a voto para los chilenos en el exterior, que se han anunciado, son medidas que en lo inmediato no parecieran ofrecer mayor riesgo de alterar significativamente el cuadro político en futuras elecciones. Ayudarán a refrescar la imagen de legitimidad del sistema político. Mientras, la persistencia del sistema electoral binominal seguirá garantizando un proceso legislativo que sólo habilite cambios dentro de la continuidad. Ya está claro que no existe al respecto disposición real alguna de superarlo por parte de las dos coaliciones que coadministran el aparato del estado.

El impacto de la maniobra de avanzar en la creación de esta nueva coalición política hegemónica ha repercutido tanto hacia la UDI como hacia la DC. La idea de Sebastián Piñera es ampliar la Alianza por Chile, moviéndose hacia el centro y apoderándose del discurso del liberal-progresismo, con medidas más efectistas que profundas y que son absorbibles por el sistema político y económico.

En la Concertación por la Democracia, en tanto, como en cada uno de sus partidos, es previsible esperar que crezca la tensión entre sus sectores más tecnocráticos –y neoliberales- y aquellos más “políticos” y partidarios de un fortalecimiento del estado en la gestión económica y social. Una pugna que atravesó buena parte del gobierno de Michelle Bachelet y que ahora se agudizará, azuzada desde las páginas de “El Mercurio”, interesado en catalizar un proceso de crisis y desgajamientos que se inició en los últimos años y que todo indica que podría acentuarse próximamente.

Por lo pronto, la Concertación ha tendido a afirmarse y cohesionarse a partir de sus antiguos liderazgos -a pesar de que habla de un recambio generacional- y de una gestión de oposición parlamentaria, detractora y fiscalizadora, sin que se avizore cambios radicales en sus concepciones ni en sus estilos de hacer política. Se mantiene a la defensiva, sin capacidad de levantar un programa o proyecto alternativo capaz de recuperar una adhesión ciudadana mayoritaria y distante de los conflictos sociales que la podrían oxigenar y relanzar como fuerza democratizadora.

Cabe la interrogante si en los próximos años esto se revertirá o si se configurará al margen de la Concertación una coalición capaz de superarla y de asumir las tareas de democratización política y económica que ella no pudo ni quiso encarar. Está por verse el papel que en ello pudieran jugar tanto los sectores y personalidades que se han desgajado, en particular del Partido Socialista, como el que jugaría la izquierda del Juntos Podemos y los nuevos partidos políticos que han surgido recientemente, como el Partido Progresista de Enríquez Ominami, el Partido de Izquierda, que agrupa a sectores arratistas, o el Partido Igualdad, surgido de movimientos poblacionales.

En esto será determinante la posición que tomen el conjunto de las fuerzas políticas opositoras ante la estrategia de control y contención social que Sebastián Piñera ha puesto en marcha, para prevenir y derrotar la conflictividad social en aumento. En este sentido, junto con un aumento del impacto comunicacional de los programas de transferencias de renta condicionada –como el Chile Solidario- orientados a incrementar el clientelismo, el gobierno ha empezado a desplegar la más enérgica represión, preventiva y punitiva, haciendo de ello un factor diferenciador de su gestión.

Bajo el pretexto de la “mano dura contra la delincuencia”, Piñera ha llegado a arengar a las Fuerzas Especiales de Carabineros a reprimir sin temores, asegurándoles el apoyo total del gobierno a sus actuaciones para imponer el “orden”. Se busca cortar el paso de esta forma a un ciclo de movilizaciones que podría poner de pie a un nuevo movimiento popular que ha venido germinando en los últimos años, pero que aún no termina de constituirse. Sin derrotar las maniobras de clientelización y criminalización de la protesta social, no podrá cristalizar el protagonismo popular que es necesario para cambiar el curso histórico que en Chile siguen definiendo las clases dominantes.

Se redobla la apuesta neoliberal, con una economía mundial en crisis

La economía chilena, hacia fines de 2008 completaba su tercer año consecutivo de crecer por debajo del promedio de América Latina y el Caribe, a pesar de disfrutar en todo esos años de precios anuales del cobre por encima de los US$ 3 la libra, de elevados ingresos de inversión extranjera directa y de una abundante liquidez internacional.

Se completaba así un período 2004-2008 de un crecimiento ralentizado, a un ritmo promedio inferior al 5%, en tanto que el conjunto de la región experimentaba en ese mismo lapso, bajo condiciones similares, su mayor auge continuado en varias décadas.


Cuadro N° 1 Tasas de crecimiento del PIB: Chile vs. América Latina y el Caribe

Período

Chile

América Latina y el Caribe

Promedio 1990-1997

7,0%

3,3%

Promedio 1998-2003

2,7%

1,4%

Promedio 2004-2008

4,8%

5,4%

Fuente: Estudio Económico de América Latina y el Caribe, CEPAL, varios números.

La explicación de ese mediocre desempeño en tan excepcionales condiciones externas pasa fundamentalmente por dos razones: por una parte, por la crisis continuada de un amplio sector tradicional del aparato productivo ligado al mercado interno (y que abarca al conjunto de empresas de menor tamaño, medianas, pequeñas y microempresas), que desde 1998 dejó de ser un soporte del crecimiento económico.

A partir de entonces, el país se hizo mucho más desigual, porque el muy bajo crecimiento del producto entre 1998-2003 se concentró radicalmente en las grandes empresas, beneficiarias de la mayor apertura comercial y de la liberalización financiera que les permitió obtener crédito internacional a tasas incomparablemente más bajas que en cualquier otro país de América Latina. Esto, mientras todo el sector de las empresas de menor tamaño, pero que emplean al 85% de los asalariados, se hundía en la recesión, en la incapacidad de hacer frente a las importaciones, al crecimiento de las grandes cadenas del retail y a los compromisos crediticios adquiridos antes de 1999.

Cuando las condiciones externas cambiaron, a contar de 2004, por otra parte, las autoridades económicas, en lugar de extender el impulso proveniente de las exportaciones al resto del aparato productivo, mantuvieron una política fiscal más bien austera y una política monetaria restrictiva, privilegiando el control del ritmo inflacionario. El crecimiento, una vez más, pasó a descansar en la inversión y el consumo de los sectores de más altos ingresos, en el dinamismo exportador y de rubros como la banca, los seguros, las AFP y el retail, que aprovecharon para hacer del crédito y de la especulación financiera su mayor negocio, mientras el resto del aparato productivo languidecía, con un aporte cada vez menor al producto.

Cuadro N° 2: Crecimiento del PIB, Salarios, Consumo, Exportaciones, Tasa de Inversión

Año

PIB

Salarios

C.P. Bs. Durables

C.P. Bienes No Durables

Exportaciones

Tasa de Inversión

2004

6,0%

1,8%

25,2%

7,3%

50,1%

20,9%

2005

5,6%

1,9%

22,2%

5,7%

26,9%

24,5%

2006

4,6%

2,0%

21,7%

6,9%

42,2%

24,0%

2007

4,6%

2,8%

12,0%

5,7%

15,3%

25,5%

2008

3,7%

-0,2%

6,1%

3,3%

-2,2%

29,2%

2009

-1,5%

4,8%

-8,4%

2,0%

-19,2%

25,1%

Fuente: Banco Central e INE. C.P. = Consumo Privado. Tasa de Inversión capital fijo (real, % del PIB).

Es por ello que cuando sobrevino la crisis mundial a fines de 2008, el impacto pudo ser demoledor, al derrumbar el precio y también el volumen de las exportaciones; al mismo tiempo que se retrajeron las inversiones extranjeras directas y se encareció el crédito internacional. Gracias a los ahorros fiscales y las capacidades creadas en los años anteriores, el gobierno de Michelle Bachelet pudo contrarrestar las turbulencias externas y crear paulatinamente las condiciones para recuperar el crecimiento el 2010.

Durante el presente año, superado el impacto del terremoto-maremoto, la economía parece encaminarse a crecer entre un 4% a un 5%, a juicio del Banco Central. Que no es mucho, teniendo presente la base de comparación de la que se parte. El asunto es que, en su entusiasmo, Sebastián Piñera sigue ratificando su determinación de crecer a una tasa promedio de 6% durante su gobierno. Que, claramente, muestra la absoluta miopía e incapacidad para entender el contexto en que se está moviendo la economía mundial, confundiendo los factores temporales que vienen favoreciendo el desempeño de la economía chilena y sobreestimando lo que en ese entorno podrá lograrse con la misma batería de políticas y de estrategia que se hereda de los gobiernos de la Concertación.

No se percatan que si el precio del cobre volvió a empinarse sobre los US$ 2 la libra no es tan sólo por la demanda china, sino porque ha vuelto a ser foco de inversiones especulativas, las mismas que también explican la notoria recuperación de las bolsas de valores –como la chilena- luego de mediados del 2009. Y que la “fase de recuperación” de la economía mundial carece de toda solidez, amenazando con derrumbarse en el momento en que en los países del capitalismo central se retiren los enormes estímulos fiscales y monetarios que en 2009 impidieron al mundo hundirse en la depresión. Lo que ya se debate abiertamente en Europa, donde los niveles de deuda pública y de los déficits fiscales tienen a muchos países al borde del “default”.

Ninguno de los economistas “oficiales”, de gobierno y oposición, parece tomar en cuenta que lo que se ha abierto en 2008 es una crisis sistémica a nivel mundial y aún más, una crisis civilizacional, que dará lugar a numerosas turbulencias y cambios profundos en el orden económico, político y social a nivel internacional en los próximos años. Ninguno parece comprender que en tal contexto, se haría imprescindible una radical transformación del modelo económico, en la que el estado recupere un rol fundamental en la orientación y movilización de las fuerzas productivas y en la que se repotencie nuestro mercado interno junto al desarrollo exportador, reajustando la apertura internacional a las necesidades de un crecimiento de más amplia base; como expresamente lo recomiendan desde la CEPAL.

Lejos de eso, las expectativas de crecimiento siguen descansando en el dinamismo de las exportaciones, en el flujo de inversiones extranjeras que sigue llegando a la economía chilena –siempre concentrándose en la minería y en los servicios (energía, gas, agua, telecomunicaciones, banca y retail)-, y en el proceso de expansión de los grupos económicos chilenos, cuyas inversiones no cesan de crecer en la región.

Cuadro N° 3 Inversión Extranjera Directa hacia y desde Chile 2000-2009

(millones de US$)

2000-2005

prom. anual

2006

2007

2008

2009

IED hacia Chile

5.012,3

7.298,4

12.533,6

15.181,0

12.702,0

IED desde Chile

1.882

2.171

2.573

7.988

7.983

Fuente: CEPAL., “La inversión extranjera en América Latina y el Caribe, 2009”, mayo de 2010.

Si los países del capitalismo central vuelven a recaer en una recesión en 2011, la demanda asiática (destino del 45% de las exportaciones chilenas) podría no ser suficiente para mantener los altos precios del cobre y otras materias primas. Y en todo caso, el perfil altamente concentrador de este patrón de crecimiento mantendrá la tasa de desempleo en el alto nivel en que se mantiene por más de una década, la mayor parte del tiempo por encima del 9% -como en 2009, en que promedió un 9,7%-, a pesar de los numerosos programas de subsidio a la contratación que se han implementado para disfrazar lo inocultable: en Chile, si se crece, es en función de seguir manteniendo al país como paraíso de la empresas transnacionales y de los grupos económicos locales

Improbable, por tanto, que las ambiciosas metas de crecimiento y empleo que Sebastián Piñera se ha impuesto se cumplan. Y quizás no llegue con recursos fiscales suficientes al final de su período, como para seguir paliando las angustias populares con los “bonos de marzo” y otras aspirinas que hasta ahora le han servido y han surtido efecto.

El complejo camino al despertar de un movimiento popular

Tres órdenes de problemas se entrecruzan en el complejo camino para el renacer de un movimiento popular que cambie radicalmente el panorama político y económico que se ha esbozado. El primero y más difícil de ellos es quebrar la aceptación de este orden de cosas por un amplio sector de la población, que independiente de su conciencia de vivir en un país profundamente desigual, lo acepta, porque igualmente accede a un nivel mínimo de consumo gracias al crédito, a las redes asistenciales públicas y privadas y a que su vida cotidiana se termina de llenar con el espectáculo deportivo, la farándula y otras yerbas de similar efecto adormecedor.

Sin que este sector se cuestione la verdadera esclavitud asalariada en que vive, los enormes costos afectivos y de salud que paga para sobrevivir y alcanzar algunas baratijas de la “modernidad” y la manipulación que se hace de su conciencia a través de operaciones de desinformación y estupidización masiva, operados por los medios comunicacionales y políticos del sistema, será difícil romper con el cerco tendido para impedir la masificación de las organizaciones sociales y ciudadanas y la mayor eficacia y continuidad de sus luchas.

El desafío para los movimientos sociales, por ello, es doble. Por una parte, deben ser capaces de incorporar a su dinámica de organización y actividad a los más amplios sectores populares de los que son expresión, lo que implica una labor cotidiana de proximidad, de contacto, en que vuelvan a recuperar los lazos éticos y afectivos, de confianza, imprescindibles para reconstruir un “nosotros”, una identidad colectiva. Sólo a partir de ella será posible construir proyectos y capacidades de lucha perdurables e integradores.

Por otra parte, es necesario que los distintos movimientos sociales y organizaciones ciudadanas, cuyas dinámicas de organización y lucha son muy distintas, sean capaces de superar su mirada estrictamente reivindicativa, su dispersión y federalismo, de articularse e ir confluyendo con una mirada más amplia y política de su actuación Tanto a nivel nacional, como a nivel de los espacios de articulación latinoamericana y caribeña. La construcción de redes y coordinaciones de organizaciones, a nivel regional, zonal y nacional, se hace imprescindible, al calor de la lucha por las demandas más urgentes y sentidas. Las redes por la Asamblea Constituyente, por la defensa de la Madre Tierra, por la Nacionalización del Cobre y del Agua, por la Educación y la Salud Públicas, gratuitas y de calidad para todos, por el reconocimiento constitucional de los Pueblos Originarios, por los derechos a la Vivienda digna y a un Transporte público barato y eficiente, son fundamentales.

Enfrentar las iniciativas privatizadoras del gobierno, -haciendo de todo un negocio, como la propia reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto-, de flexibilización laboral y desregulación de las ciudades y de los mercados, de la educación y la salud; así como enfrentar la criminalización de la protesta social, son todas luchas en las que es fundamental ir despertando un nuevo protagonismo popular que pueda entrar a disputar el curso histórico que las clases dominantes han impuesto en Chile, sin mayor contrapeso, a lo largo de casi 25 años.

Para ello, también será necesario que los militantes de las fuerzas políticas populares confluyan con los movimientos sociales y cualifiquen su unidad y la formación de sus cuadros; en suma, alcancen la madurez y la síntesis que por tanto tiempo hemos esperado. Es este tipo de remezón y de despertar el que ameritaría la celebración del Bicentenario de las luchas de la Independencia en Chile. Como se remece hoy la dominación neoliberal en toda América Latina y el Caribe, ante el despertar de sus pueblos indígenas, afroamericanos y mestizos, que se han puesto en marcha para que este continente sea finalmente él mismo. Ni calco, ni copia, sino la creación heroica de sus habitantes y comunidades.

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